MÚSICA
Y FE
Si me preguntaseis ¿qué es la música?, podría
aplicar como respuesta la misma que a un tema similar contesta San Agustín en
su libro “Las Confesiones” cuando
dice: “si no me lo preguntan, lo se; si
me lo preguntan, no lo se”.
Por eso, para hablar de música es mejor
hacerlo sobre los efectos que en nosotros produce el hacerla, el escucharla o,
como haremos hoy, el verla.
Hay una frase del gran dramaturgo español
Antonio Buero Vallejo que nos puede servir de introducción al tema: Dice: “cuando no me ve nadie, gusto de imaginar, a
veces, si no será la música la respuesta posible para algunas preguntas”.
Una de las cosas más interesantes que podemos
encontrar al leer la vida de los grandes compositores, es aquella que tiene que
ver con la inspiración. Todos ellos saben, o han sabido, que la inspiración es
algo que no les pertenece, que reciben gratuitamente, aunque siempre a través
del trabajo y que se puede tener en un momento y te puede faltar en el siguiente.
Es como la fe. Se puede tener o no tener,
pero hay que poner los medios, el trabajo, para poder poseerla. Aunque tenemos
ejemplos de algunas personas a las cuales parece que la fe les ha llegado
espontáneamente; pero sabemos que, lo digan o no lo digan, tiene que haber una
labor interior previa.
Hoy vamos a ver y escuchar una de las obras
de las que más discos se han vendido en el mundo, el “Concierto de Aranjuez”
del Maestro Joaquín Rodrigo.
Uno de los guitarristas que más veces interpretó
esta obra, en multitud de países, fue Narciso Yepes.
Narciso Yepes, aunque lo bautizaron de recién
nacido, en sus primeros 25 años no recibió ni una sola noción que ilustrase o
alimentase su fe. De hecho comulgó por primera vez a los 25 años. Dice él mismo
que no practicaba, ni creía, ni se preocupaba lo más mínimo que hubiera o no
una vida espiritual y una trascendencia y un más allá. “Dios no contaba en mi existencia”, dice, “aunque luego pude saber que yo si contaba para Él”.
Y estando ampliando estudios musicales en
Paris, un día, tras practicar a la guitarra durante horas, salió a dar un paseo
por las orillas del Sena. Allí, acodado en un puente viendo fluir el agua surgió
dentro de él una pregunta ¿qué estás haciendo?. y en ese instante cambió su
vida. Buscó al momento instrucción religiosa y nació a la fe.
En el libro escrito por su esposa Marysia
Szumlakowska titulado “Amaneció de noche”,
narrando páginas de la vida de Yepes, nos habla de algo tan importante como es
la esencia musical del Creador y de cómo
través de la música se consigue la unidad con Dios.
Unidad que consigue también de forma
milagrosa Manuel García Morente, el filósofo nacido en Jaén en 1886, activo
republicano, renombrado profesor de universidad, que cae en desgracia y tiene
que huir de España exilándose de la República.
Estando en Paris, solo, separado a la fuerza
de su familia, una noche escuchó en la radio francesa “La infancia de Jesús”, una composición coral de Hector Berlioz., precisamente
la única obra religiosa de éste compositor. En ese momento la vida de García
Morente cambió. “Aquello tuvo un efecto
fulminante en mi alma” dice. Efectivamente escuchando aquella música su
vida se transformó y se iluminó con la fe de tal forma que en los años
siguientes entró en un seminario en Pontevedra y se hizo sacerdote. .
Volviendo al Concierto de Aranjuez, la historia de su compositor, el Maestro
Rodrigo, está reflejada en el montaje videográfico que veremos a continuación.
No la interpreta Yepes sino Manolo Romero, otro gran guitarrista, amigo de
Rodrigo y del que nos contará vivencias. Pero podemos adelantar como a Rodrigo,
ciego desde la infancia, le comunican que su esposa que está a punto de dar a
luz se le complica el embarazo y es hospitalizada con grave riesgo de la vida
tanto de ella como de su bebé.
Rodrigo llega a casa tras saber el
diagnóstico y en unos momentos de profunda tristeza y desesperación habla con
Dios y ruega por su familia al tiempo que escribe las notas del Adagio del
Concierto tan conocido, consiguiendo una armonía musical que ha traspasado toda
frontera y, como dije al principio, ha hecho que sea una música universal.
Pero el descubrimiento de la relación de la
música con la trascendencia es de muy antiguo. Uno de los primeros en
experimentarlo fue Pitágoras, en el siglo VI antes de Cristo. Posteriormente
Aristóteles, en una revisión de las teorías pitagóricas afirma: “Los cielos no declaran la gloria de Dios,
son la gloria de Dios, porque el cosmos es un dios viviente engarzado en una
unidad, única y divina, por el poder maravilloso de la armonía matemática y
musical”.
Estas teorías fueron en parte asumidas por el
cristianismo y así, San Isidoro, siglo VII, en las Etimologías dice; “Ninguna disciplina puede ser perfecta sin
la música; sin ella nada existe., Se afirma que el mundo mismo fue creado de
acuerdo una cierta armonía de sonidos y
que el mismo cielo gira bajo la modulación de la armonía”.
Chiara Lubich en su libro “Dios y la creación” escribe: “Todo lo creado ha recibido la impronta de
Dios que es Uno y Trino. También el sonido, que es la materia prima de la música,
antes de que haya sido elaborada por el hombre para convertirla en notas”.
Pero tanto Pitágoras como Aristóteles, tanto
San Isidoro como el mismo San Agustin, intuían la armonía, pero no la
conocieron como nosotros hoy. No llegaron a saber que la vibración de una
cuerda o de una columna de aire produce varios sonidos que se funden en la
audición con el principal, llamado sonido fundamental o generador y otros
sonidos que se escuchan con menor intensidad y que reciben el nombre de
armónicos.
El sonido musical es pues la suma de las
vibraciones simultáneas que el principal provoca. Por tanto, si toco una nota
en una tecla del piano, no se oye solo esa nota, sino la de todos los armónicos
que suenan a partir de ella. En definitiva, haciendo sonar una nota del piano
llegan, de esta forma, a vibrar y por tanto a sonar, todas las notas del piano,
aunque algunas no sean audibles por el oído humano.
Si con las notas de una melodía la música
tiene una dimensión horizontal, con las notas armónicas la música vive su
dimensión vertical, también por la forma de escribirla, en acordes verticales.
Es un descubrimiento que practicaron por primera vez en el del silo XII los
juglares y trovadores, cuando se dieron cuenta que se podían interpretar obras
musicales con distintas voces a un tiempo.
La armonía es el alma de nuestra música, y se
define como el equilibrio de las proporciones entre las distintas partes de un
todo y su resultado siempre connota belleza.
La armonía, por definición, siempre connota
belleza.
Y Dios es Amor y es Verdad, pero es también
Belleza. Por lo que donde hay armonía, como portadora de Belleza, está Dios.
Podemos decir, por tanto, que Dios es música.
Una nota suena. Y al unísono, sin nuestra
intervención, suenan las notas armónicas. Son varias, que tienen distinto
nombre, pero son inseparables y suenan como una sola nota. Yo personalmente
encuentro en ello una relación similar a la que existe en la Trinidad Divina.
Y creo he encontrado la confirmación en el
teólogo Von Balthasar, de finales del siglo XX cuando dice: “podría ser que la música haya sido pensada por Dios para ser, en
cierto modo, una expresión y una participación en su vida”
Y no importa si el artista compositor es incrédulo
o ateo. Porque como escribió Chiara Lubich “es
el alma humana, reflejo del paraíso, lo que el artista hace pasar a través de
su obra”.
Y eso sucede tenga o no tenga fe.
Antonio
Grela Abeleira
31 de Enero de 2013
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