Si pedimos a alguna persona que nos cite a un par de compositores de música clásica, uno de los que sin duda nombrará será Beethoven.
¿Habrá alguien que no conozca a este músico universal? Creemos que no. Pero aún así, podemos profundizar en un aspecto de su vida que no es tan conocido a nivel popular y que, sin embargo, fue fundamental para su obra: la libertad.
Efectivamente, la libertad es uno de los rasgos que caracteriza la vida de Beethoven. El otro es la soledad. Para lograr la primera, la libertad, tuvo que ser revolucionario; para no perecer en la segunda, buscó la relación fraterna, cosa que no siempre consiguió y, pienso que debido muchas veces, a causas ajenas a su voluntad.
Cuando transcurrían los primeros años del siglo XIX, allá por 1809, y Beethoven estaba escribiendo el Concierto para piano y orquesta nº 5, el último concierto para piano que compuso, eran los tiempos en que en América comenzaban las revoluciones que llevarían a la independencia de los países de aquel continente,
Aquí en Europa, el mundo occidental también experimentaba una profunda transformación, que ya venía desde finales del siglo XVIII, como consecuencia de la Ilustración y de la Revolución Francesa (1770).
Beethoven había compuesto su Sinfonía nº 3 entre 1802 y 1804 y la tituló “Bonaparte”. Pero indignado, posteriormente, al conocer que Napoleón se había proclamado emperador, tachó en el manuscrito original la dedicatoria y le puso un nuevo título: la llamó simplemente “Heroica”.
Esa auto proclamación de Napoleón como emperador indignó tanto a Beethoven como a muchos intelectuales y artistas de Europa, cuyos ideales de libertad se vieron traicionados pues habían puesto en él sus esperanzas de renovación.
Ese ideal de libertad, en el caso de Beethoven se refería tanto a la libertad del ciudadano como a la libertad de creación artística, ideales que en Beethoven iban unidos. El arte, pensaba, tenía como objetivo liberar a la humanidad y orientarla hacia la belleza y la justicia.
La actitud entonces de Beethoven impulsó una revolución cultural que transformó la música y los músicos en la historia occidental. A partir de Beethoven la música dejó de ser un medio de simple entretenimiento para ratos de ocio de la elite y se convirtió en arte destinado al disfrute de toda la humanidad.
En los eventos sociales, Beethoven se negaba a interpretar si se le invitaba a hacerlo sin previo aviso. Y cuando lo hacía, en actuaciones preparadas, detenía su interpretación al piano si su audiencia comenzaba a hablar entre sí o si dejaba de prestarle atención. Por todo ello y tras muchas confrontaciones, el archiduque Rudolf decretó unas normas básicas de etiqueta en la corte que no afectaban a Beethoven.
También Beethoven redefinió la figura del músico en su relación con la sociedad y la cultura. Si hasta entonces debían de conformarse con el orden social que decía que las clases altas gobernantes lo eran por mandato divino, y que el papel de los músicos era el de ser lacayos de los nobles, a partir de ese momento los músicos dejan de ser simples criados de la aristocracia y la realeza y pasan a ser profesionales independientes, que vivirán de su propio trabajo.
El artista, a partir de Beethoven, es aquel que expresa lo que siente y que habla con sus obras a toda la humanidad.
Defendió con orgullo y con genio la exploración de nuevas formas artísticas, por lo que superando el clasicismo, inauguró una época moderna en la música, el romanticismo, que se mantiene hasta nuestros días en diversas versiones.
Pero no fue así desde un principio. Beethoven para llegar a ese convencimiento interior, podemos decir que pasó en su vida por tres etapas.
En la primera está bajo la influencia de la música de los grandes Haydn y Mozart. En este periodo, hasta 1802, el piano tiene una gran trascendencia en su música. Escribe 12 sonatas para ese instrumento, entre ellas la Patética, y la Primera y Segunda Sinfonías. Esta etapa dura hasta sus 32 años.
En una segunda etapa, a partir de 1803, Beethoven realiza una búsqueda insistente instrumental y orquestal. Descubre y adapta nuevos instrumentos a la orquesta, que aumenta en número, y escribe las grandes sinfonías de la Tercera a la Octava, el Concierto para Violín, la Ópera Fidelio y los tres últimos conciertos para piano entre los que está, por supuesto, el Quinto, del programa de hoy, que lo escribe entre 1809 y 1811 y que marca la apertura hacia un nuevo mundo musical.
La tercera etapa es, pues, aproximadamente a partir de la composición del Concierto para Piano nº 5, hasta su muerte, podemos llamarla la de la “libertad”. Beethoven se siente revolucionario, y consigue expresar sus sentimientos libremente. Su música tiene una gran carga intelectual. Sus obras principales, la Misa Solemne y la Novena Sinfonía, aunque sigue escribiendo un sin fin de obras como sus últimas sonatas para piano.
Beethoven nació en 1770 y murió en 1827 a los 56 años y tres meses. Cuando estalló la Revolución Francesa, en 1789, tenía Beethoven 19 años y cuando Napoleón accede al poder, 29.
La tarde del 24 de Marzo de 1827 el genial compositor recibió la extremaunción y la comunión católica. A continuación entró en coma dos días. Cuando despertó, durante una tormenta, tras un violento trueno, levantó el puño de la mano derecha y exclamó, “¡Potencias hostiles, os desafío! ¡Marchaos! ¡Dios está conmigo!”. Al dejar caer el brazo, Beethoven estaba muerto.
Su catálogo de obras contiene 138 opus, numeración dada por el propio Beethoven. (Algunas opus tienen varias obras).
Hay también 205 trabajos que no tienen opus. Fueron publicados tras su muerte y van marcadas con WoO (Obras sin número de opus).
El Concierto para piano nº 5 que vamos a escuchar hoy, tiene características épicas. Podemos decir que en su momento, fue un tipo de música jamás escuchada en los salones vieneses, el centro cultural musical de la época desde donde, entonces, irradiaba al resto del mundo.
Un originalísimo arranque, unos golpes seguidos de cadencias por el piano, nos lleva a una participación orquestal en Allegro que podemos decir heroica, pero también con pasajes refinados tanto del piano como de la misma orquesta. Es un movimiento largo para lo normal en estos conciertos, pues dura de unos 20 minutos, pero muy atractivo y emocional.
Sobre el segundo movimiento, Adagio un poco mosso (Lento con gusto), he encontrado un escrito que vale la pena. Dice: “La delicadeza del piano en este segundo movimiento, es una de las páginas más gloriosas de la creación artística humana. Este movimiento tiene el don del alma inmortal que se realimenta con el grado de emotividad que provoca en el receptor”.
O sea, que depende de nuestro grado de emotividad el que podamos comprenderlo también en un mayor o menor grado. Importante.
Y luego, sin detenerse, este segundo movimiento da paso al Rondó-Allegro final, entusiasta y triunfalista, con unos contrapuntos espectaculares en los que la orquesta y el piano parecen girar (el movimiento es “rondó”), una y otra vez con una melodía arrolladora. Quizás estamos ante la música para piano más espectacular de Beethoven y de toda la historia de la música.
Son estos dos últimos movimientos mas bien cortos, de unos 8/9 minutos cada uno.
Siento siempre al escucharlo que resulta positivo hacer el ejercicio mental de dejarse llevar por su ritmo frenético al momento de su creación y sentir, aún hoy, como rompe moldes.
El título que lleva de “Emperador” no fue dado por Beethoven. Se debe a un editor de partituras que le gustó, tras una anécdota en una de las primeras veces que se interpretó en Viena la obra, cuando un militar, emocionado, gritó durante el concierto “es el Emperador”, en referencia a Napoleón.
En una encuesta realizada en el Reino Unido este año, el Segundo Movimiento, Adagio un poco mosso, ha quedado clasificado en 4º lugar mundial entre las cien mejores obras clásicas de todos los tiempos.
Antonio Grela
Vigo, 28.11.2009