¿DONDE ME ESPERA MI LAMBARÉNÉ?

En los últimos años constatamos una imparable decadencia de la civilización occidental, decadencia a la que nos lleva el abandono de las raíces éticas, con el apoyo de gobiernos y jueces con decisiones y leyes contrarias a los principios de la vida.

Sin embargo, es en esa misma civilización occidental en la que encontramos personas cuyas vidas son un ejemplo para todos nosotros. Es el caso del personaje que queremos presentar hoy. Músico, pianista primero y luego organista de talento, fue conocido en todo el mundo por sus conciertos, siendo una autoridad sobre la música de Juan Sebastián Bach. Pero también fue filósofo, teólogo protestante, médico y cirujano, escritor, conferenciante y Premio Nobel de la Paz en 1952 por su labor altruista en bien del género humano: Albert Schweitzer.
Nació en 1875 y falleció en 1965 a los 90 años.
Obtuvo el doctorado en filosofía sosteniendo una tesis sobre la filosofía religiosa de Kant. En ese tiempo es nombrado predicador en San Nicolas de Estrasburgo. Licenciado también en teología, es agregado a la Facultad de Teología de la Universidad de Estrasburgo con un estudio sobre el Ministerio del Mesianismo y la Pasión de Jesús.
En su trabajo como profesor, da a luz dos obras, una sobre la vida de Jesús y otra sobre la de San Pablo. En ellas consigue convencernos de que la fe cristiana debe concretarse en la práctica como un principio de vida si quiere merecer ese nombre.

La puesta en práctica por esos principios por él mismo, determinará el resto de su vida.

En 1905, a los treinta años, sorprende a todo su entorno familiar al decidir estudiar medicina para poder ir a trabajar como médico al África Ecuatorial. La gratitud por la felicidad que siente por poder vivir para el arte y la ciencia hace que piense en ponerse enteramente al servicio de quieres son menos felices que él.
Escribe: “Quería ser médico para poder trabajar sin hablar. Durante muchos años tuve que expresarme con palabras. Con alegría realicé mi trabajo como profesor teológico y predicador. No podía imaginar la nueva actividad como un hablar de la religión del amor, sino como su realización práctica”.

Y también: “Cada vez más me daba cuenta de que no tenía derecho a aceptar la felicidad de mi juventud, mi salud, mi facultad de trabajo, como dones gratuitos. La inmensa conciencia de mis privilegios me hizo comprender siempre con mayor claridad esta parábola de Jesús, que no tenemos derecho a retener nuestra vida para nosotros. Quien ha sido colmado de bienes por la vida está obligado a derramarlos y en la misma medida. Quien ha sido ahorrado por el sufrimiento debe contribuir a disminuir el de los demás. Todos, en tanto existimos, hemos de asumir una parte del peso del dolor que gravita sobre el mundo”.

Gracias a una autorización excepcional del gobierno, es a la vez profesor y estudiante en la misma universidad, porque durante sus estudios de medicina siguió su actividad de profesor de teología. Y al mismo tiempo continúo siendo pastor en San Nicolás.

Redacta su tesis de medicina dedicada al “análisis psiquiátrico de Jesús”. Su esposa, Helene Bresslau, de gran ayuda en su vida, estudia asimismo enfermería para poder colaborar estrechamente con él.

Con el dinero obtenido en sus conciertos de órgano, salen en 1913 rumbo a África, llegando a Lambaréné, donde son acogidos por los misioneros y donde montan el primer hospital. Lamberéné se halla en Gabón, a unos 40 kilómetros al sur del Ecuador, a orillas del río Ogooué.

La primera guerra mundial pone fin a su prometedora actividad. Gabón era colonia francesa y es considerado enemigo por su nacionalidad alemana. Le prohíben todo trabajo e incluso es recluido como prisionero. En esos inesperados tiempos de ocio medita sobre el problema que le preocupaba ya de antaño y que lo llevan a una conclusión: la guerra es la decadencia de la civilización.

Pero consciente de la inutilidad de seguir deplorando esa decadencia, se dedica a buscar nuevas vías capaces de reformarla. Haciéndolo, comprende que el porvenir está estrechamente ligado a la concepción de la vida. Solo quién dice sí a la vida y al mundo en el que vive es capaz de hacer progresar la civilización. Ser positivo para con la vida y el mundo lleva consigo un sentido ético, es decir, un comportamiento de hombre honesto y responsable.

Para Albert Schweitzer es evidente que el respeto a la vida no es, a fin de cuentas, más que el mensaje que hemos encontrado en Jesús: “La ética del respeto a la vida es la ampliación de la ética el amor. Es el pensamiento esencial de la ética de Jesús. Lo bueno es mantener la vida, promocionarla y elevarla a su punto máximo; lo malo es destrozarla, dañarla, no permitir que se desarrolle en todo su potencial. Este es el principio absoluto de la moral. El hombre solo es ético cuando le resulta sagrada la vida como tal, la de las plantas, la de los animales y, por supuesto, la de los hombres y cuando se entrega a ayudar a la vida que está en peligro. La ética universal de la vivencia de la responsabilidad sin límites hacia todo lo que vive, solo se puede fundamentar en el pensamiento. Por lo tanto, la ética del profundo respeto ante la vida comprende todo aquello que significa amor, entrega, compasión, compartir la alegría”.

Fiel a estos principios, Albert Schweitzer ayuda a los hombres no solo en el plano material, sino en el espiritual, enseñándoles a dar un sentido a sus vidas, por su dedicación a todas las criaturas y por tomar bajo su responsabilidad sin límites todo lo que vive.

Tras la guerra, de nuevo en Europa, retoma sus antiguas funciones de pastor en San Nicolás, da conciertos, conferencias en la universidad, tanto en Suiza como en Suecia, pudiendo con ello enjugar las deudas y retomar la idea de volver a Lambaréné.

En 1921 publica “Al borde de la selva virgen”, con pensamientos útiles para la solución de los problemas de desarrollo, hoy todavía tan en boga.

En 1922, en vísperas de su nuevo viaje a África, publica “El cristianismo y las religiones mundiales”, y concluye “Recuerdos de mi infancia”. En estos dos obras trata problemas que hoy siguen siendo centro de nuestras preocupaciones.

Cuando llega de nuevo a Lambaréné, todo está destruido. Pasa meses dedicado a su reconstrucción. En 1925 el nuevo hospital acoge ya a 150 enfermos y acompañantes. Sigue trabajando y ampliando el hospital. En 1927 está felizmente rodeado de médicos y enfermeras competentes. Puede hacer algunas escapadas a Europa para dar conciertos y conferencias y seguir recaudando fondos para el hospital. Durante uno de esos viajes escribe “La mística del apóstol Pablo”, en 1929.

En 1932, en un nuevo viaje a Europa, pronuncia el discurso conmemorativo del centenario de la muerte de Goethe. Llama la atención sobre el gran sentido humanitario de este insigne poeta, “de ese hombre que, tantas veces, en la selva virgen, se le aparecía como un sonriente consolador”.

En 1949 realiza su primer viaje a Estados Unidos. La gran generosidad de los americanos
son una gran ayuda para iniciar un hospital de leprosos. En 1951 recibe el Premio Nobel de la Paz. Y con el dinero de este premio puede cubrir con chapas onduladas las casas de este poblado de leprosos. En 1954 se desplaza a Oslo, donde recoge el premio y pronuncia su discurso, “El problema de la paz en el mundo de hoy”, el cual sigue de actualidad.

En 1957 lanza, desde radio Oslo, un llamamiento al mundo ante el peligro de una guerra atómica. Sus discursos parecen en forma de libro titulado “Paz o guerra atómica”.

En 1959, de nuevo en Lambaréné. El hospital alberga ya 600 personas. Y el número aumenta constantemente.

En 1965, nonagenario, sigue trabajando hasta que en el mes de Agosto sus fuerzas le abandonan rápidamente. El 4 de Septiembre a las once y media de la noche se extingue. Al día siguiente es enterrado, rodeado de toda la gente de la región.

Los africanos formaron desde Lambaréné hasta Kenia una cadena de hombres negros tomados de la mano para testimoniar a este europeo la gratitud de los hombres que “aún siendo negros son iguales que los demás y tienen gratitud para quién les dio amor, y quién no fue a saquear sus riquezas, ni a engañarlos o a explotarlos”. Fueron millones de hombres cogidos de la mano ofreciendo un testimonio de amor por aquel médico que había venido a curarlos. No fue a cristianizarlos, no fue a evangelizarlos, no fue a imponerles una doctrina religiosa. Fue a África de la manera más laica, más respetuosa, a darles su apoyo y su amor, respetándolos en sus creencias, en sus costumbres, en sus maneras de entender la vida. No haciéndoles pagar el precio de aceptar la religión del hombre europeo, para entregarles su amor y su ayuda.

Albert Schweitzer fue, asimismo, un precursor del ecumenismo. Escribió en los recuerdos de su infancia: “Mi corazón de niño ya encontraba muy hermoso que, en nuestro pueblo, católicos y protestantes celebraron sus cultos en la misma iglesia. Desearía que todas las iglesias comunes a las dos religiones siguieran, en el futuro, en la concordia religiosa a la que todos esperamos deber aspirar, si somos verdaderos cristianos”.

Carlos Páez Vilaró, en su libro sobre Albert Schweitzer, describe así su encuentro:

Apoyado en la baranda, con pantalón de hilo, camisa de manga corta y sombrero impecablemente blancos, el Dr. Schweitzer nos esperaba en silencio para darnos la bienvenida.

No tuve que acercarme para verificar que era él. Desde la distancia confirmé su imagen inconfundible, que nos estaba aguardando. Tal cual lo había conocido al ser divulgada por la prensa europea en relación a sus conciertos como organista interpretando a Bach, tal cual la conocimos a través de su conmovedora decisión de renunciamiento a todo por dedicar su vida a los más desamparados o cuando se le distinguió con el Premio Nobel de la Paz.

Se quitó el casco blanco y besó a su hija. De inmediato al saludarnos esbozó una sonrisa debajo de sus grandes y grises bigotes. Fue un momento de suspenso en el que me dominaba la indecisión de no saber como actuar ante la presencia del tal personalidad.

No me animé a decir palabra alguna. Cuando mis dos manos apretaron las suyas me asaltó el deseo de abrazarlo, pero el doctor me sorprendió tomando él mismo esa decisión, con una gran demostración de afecto. Amaba a los artistas y con ese gesto estaba agradeciendo a quién había recorrido media África para llegar hasta él.

Mientras encargó a sus colaboradores que nos atendieran y acomodaran, el Dr. Schweitzer acompañó hasta la orilla del río a dos sacerdotes católicos de una capilla al otro lado del río Ogooué que lo visitaban periódicamente para requerirle y cambiar ideas sobre problemas de la comunidad.

Esa escena nos estaba demostrando la excelente relación que existía entre los misioneros de las dos confesiones y ratificaba su manera de sentir. ¡Cuánto más bello sería el trabajo realizado en nombre de Jesús, si la diferencia no existiera y ambas iglesias no se hicieran la competencia!

La obra y el pensamiento de Albert Scheitzer siguen hoy dando sus frutos. Y esa realidad se hará cada vez más preciosa a medida que los hombres mediten más en lo que escribió un joven después de su visita a Lambaréné: “No me llamo Albert Schweitzer, pero no consigo apartarme de esta pregunta; ¿dónde me espera mi Lambaréné?.

En esta época en la que tantos hombres dudan del sentido de la existencia y a duras penas pueden encontrar su camino, la vida y el pensamiento de Albert Schweitzer pueden ser de una ayuda preciosa.

Y el camino que conduce a una vida plena está abierto a todos aquellos que se reconocen en esta definición de Albert Schweitzer referida al destino del hombre: “Su vocación consiste en ser, ya en este mundo imperfecto, un rayo del amor de Dios”.

Antonio Grela

Tema del Encuentro Musical titulado “Bach en África – Homenaje a Albert Schweitzer”.
Schweitzer fue artífice de la fusión de la música de Europa y la de África. Y eso es lo que trata de reflejarse en la que escuchamos en su homenaje y que es el resultado de la colaboración de dos músicos de talento único: Hughes de Courson, compositor y productor francés, que armó la estructura clásica, y Pier de Akendengué, autor, filósofo y guitarristas de Gabón, con más de 12 discos editados.
Comenzaron combinando las armonías tradicionales de Bach con las armonías étnicas del Gabón, en donde existen por lo menos 42 grupos étnicos en un país de poco más de un millón de habitantes.
El resultado es “Lambarena”, que reune los dos elementos esenciales del “mundo del sonido” de Scheweitzer, la música de Bach y las melodías y ritmos de su patria de adopción, Gabón.