El reinado de Pedro I el Grande (1672-1725) trajo consigo una occidentalización de Rusia en todos los ámbitos, inclusive en el de la vida cultural y de las artes.
Como consecuencia de ello la música popular perdió su derecho de ciudadanía y oficialmente dejó de existir, no se la tomaba en serio, a pesar de que se seguía ejecutando admirablemente entre el pueblo llano.
Hasta que surge un músico, Mihaíl Glinka (1804-1857), que formado en diversos países de Europa y conociendo desde niño esos cantos del pueblo ruso, incluye temas populares en sus composiciones y, sin haberlo deseado expresamente, se convierte en el polo de atracción, en el guía artístico, de un grupo de audaces músicos autodidactas: son los llamados "Grupo de los Cinco", o también "Manojo de Grandes".
"Con los mismos lazos legítimos del matrimonio, quisiera poder unir el canto popular ruso con la vieja fuga de Occidente", fue la fórmula que Glinka aplicó y que lo llevó a ser considerado el "padre de la música rusa".